Comenzamos con un vuelo de 8 horas hasta Nueva York, donde hacemos una escala de casi 5 horas antes de coger otro avión con destino al aeropuerto Jorge Chávez de Lima durante 8 horas más.
¿Os parece poca paliza? Pues todavía nos queda un viaje en autobús de 4:30 hasta Ica, una mochila perdida, una reserva de hotel que no aparece y una tarde intensa subiendo y bajando a toda velocidad por las dunas que rodean el oasis de la Huacachina a lomos de unos buggies.
A continuación el relato completo de nuestro agotador primer día en Perú:
Presupuesto del día (precios verano de 2013):
- Cambio 100€ a soles en el aeropuerto: 316,75 soles
- Taxi para 4 desde el aeropuerto a la terminal de autobuses de PeruBus: 55 soles
- Bus Lima - Ica (Perubus VIP): 58 soles/persona
- Taxi para 2 Ica - Oasis de la Huacachina: 7 soles
- Buggies (precio por persona): 35 soles + 3,5 soles
- Excursión a la reserva natural de Islas Ballestas y Paracas para el día siguiente: 75 soles/persona
- Comida: 110 soles (total 4 personas)
- Cena: 80 soles (total 4 personas)
Total presupuesto para 1 persona: 236 soles (67€ aproximadamente)
Tasa de cambio utilizada: 1€=3,5 soles
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Pantalones, camisetas, calcetines, los medicamentos, un frontal, el pasaporte... parece que ya está todo.
A ver que se me olvida esta vez. Un último repaso a la lista con todo lo que tengo que echar en la maleta antes de cerrarla y ya está. Listo para salir rumbo a Perú!
De nuevo ha llegado el día, comienza otro viaje que me mantendrá alejado de casa, los amigos y la familia pero también de todas las preocupaciones durante las próximas tres semanas.
Me encantan las sensaciones previas al comienzo de un viaje. Esos nervios en la tripa, la incertidumbre, la ilusión y todas las experiencias que están por venir hacen que valgan la pena los meses de preparativos o las tardes en busca de información por decenas de blogs y webs de viajes.
A pesar de viajar en diferentes compañías y con distinto itinerario, tanto el vuelo de Bea y Jesús como el avión en el que viajamos Chema y yo salen a la misma hora de la misma terminal 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas, así que decidimos quedar los 4 tres horas antes para comenzar todos juntos el primer viaje a Sudamérica de nuestras vidas.
Por fin, a las 16:15 del 27 de Julio de 2013 nos despedimos de nuestros compañeros de viaje y embarcamos en el avión de Iberia que nos llevará hasta Nueva York.
Estas primeras 8 horas de viaje no se nos hacen muy pesadas, ya que entre películas, comer, merendar y charlar, se pasan "volando".
El paso por las aduanas del aeropuerto JFK de Nueva York es rápido y sin contratiempos, así que tenemos que matar el tiempo durante unas 3 horas aproximadamente hasta que subimos al avión de Lanperú visitando el Duty free, intentando navegar por alguna de las redes WiFi de la terminal, contemplando el skyline de la ciudad de los rascacielos que se ve tras los ventanales o dando alguna que otra cabezada en los "cómodos" asientos de la sala de espera.
A medianoche nuestro avión despega rumbo a Lima. Por delante un vuelo nocturno de 8 horas en el que no consigo dormir más de 30 minutos seguidos, pero bueno, algo es algo.
Cuando las primeras luces del día 28 comienzan a iluminar la parte inferior de nuestro avión nos sirven el desayuno, y es que ya no queda mucho para llegar a nuestro destino.
A las 7:00 de la mañana aterrizamos en el aeropuerto internacional Jorge Chávez de Lima, y tras pasar los pertinentes controles aduaneros, un nuevo sello en el pasaporte certifica que oficialmente ya estamos en Perú, así que sólo nos queda recoger las maletas, coger un taxi y reencontrarnos con Bea y Jesús en la terminal de autobuses de Perubus.
Mientras aprovechamos para cambiar euros por soles en una de las oficinas de cambio del aeropuerto (para variar con unas tasas de cambio abusivas) recibo una llamada de Jesús.
Se supone que ellos llegaban 2 o 3 horas antes porque su escala en Miami era menor que la nuestra en Nueva York, así que ya deberían estar en la terminal de autobuses, pero mientras voy hablando con él, nos encontramos con nuestros compañeros de viaje en la puerta de salida del aeropuerto.
Llevaban dos horas intentando localizar la mochila de Jesús, pero nadie tenía la menor idea de dónde estaba. No sabían si se había quedado en Madrid, si estaba en el aeropuerto de Miami o en las bodegas de algún avión rumbo a cualquier destino del mundo. Empezaba bien el viaje...
Con la promesa de que le avisarían en cuanto tuviesen alguna noticia de su mochila y que se la enviarían a dónde estuviésemos, nos dirigimos a la salida del aeropuerto, donde un ejército de taxistas legales, alegales e ilegales nos rodearon ofreciendo sus servicios.
Como habíamos leído en los foros y guías de viajes que Lima no es una ciudad precisamente segura y que algunos de los taxistas pueden tener no muy buenas intenciones, decidimos coger un taxi de la compañía taxi Green, cuyas tarifas cerradas se pueden ver en los carteles informativos distribuidos por toda la terminal.
En nuestro caso, el taxi nos costó 55 soles (unos 16€ aprox.), o lo que es lo mismo, 4€ por persona.
A pesar de ser más caro de lo normal, preferimos no tentar a la suerte, pero si alguien quiere empezar a ahorrar nada más aterrizar, coger un taxi en la gran avenida que pasa frente al aeropuerto puede salir por menos de la mitad, aunque la mayoría de viajeros no lo recomienda.
La primera impresión de Lima no fue muy buena. Suciedad por todas partes, un tiempo plomizo y encapotado, calles semidesiertas con coches destartalados y algunos edificios parcialmente derruidos, perros callejeros por doquier...
Durante este mismo trayecto aprovechamos para poner en hora los relojes. En verano, hay que atrasarlos 6 horas con respecto al horario español.
Un trayecto en taxi de aproximadamente 30 minutos nos dejó en la puerta de la terminal de Soyuz/Perubus situada en la Avenida México, la compañía que habíamos decidido utilizar para desplazarnos hasta Ica, unos 300 kilómetros al sur de la capital Peruana.
Aquí sacamos los billetes para los autobuses de Perubus Vip, una modalidad algo más cara pero más cómoda y rápida, ya que sólo hacía dos paradas en Chincha y Pisco. El precio por persona fue de 58 soles (16€ aprox.)
Nos sorprendió lo bien organizado que tienen todo el tema del equipaje. Cuando adquieres el billete, entregas la maleta, mochila, bolso... y le colocan una etiqueta codificada atada con una goma, entregando una copia al pasajero que deberá devolver en la estación de destino para poder recuperar su equipaje. Ya podíamos aprender en algunas partes...
Antes de subir al autobús y otra vez cuando ya están todos los pasajeros en sus respectivos asientos, uno de los terramozos (así es como denominan en Perú a los/las azafatos/as de los autobuses) graba a todos los pasajeros con una videocámara.
Hemos leído de todo, que es por si hay un accidente poder identificar más fácilmente a las posibles víctimas, otros dicen que es por motivos de seguridad... A saber.
Finalmente, a las 8:30 el autobús arranca puntual con destino a Ica. Por delante 4:30 horas que nos sirven para planificar el resto del día y contemplar como el desierto envuelve con sus dunas los barrios periféricos de Lima mientras comenzamos a circular por la famosa panamericana sur, uno de los tramos de la amplia red de carreteras panamericanas que tienen más de 25000 kilómetros y que unen Alaska con el sur de Chile, atravesando a su paso la mayoría de países del continente americano.
Al otro lado de la ventanilla de nuestro autobús comenzamos a descubrir los paisajes desérticos de esta zona del país, contemplamos por primera vez las agitadas aguas del Océano Pacífico y comprobamos como poco a poco la famosa niebla que cubre durante casi todo el año la capital del Perú se va disipando a medida que nos alejamos de ella.
Durante el trayecto nos dan un bocadillo y un refresco, así que aprovechamos para probar la famosa inca kola, un refresco típico de Perú que para mi gusto es demasiado dulce y empalagoso.
El ronroneo del motor y el cansancio acumulado hacen mella en todos nosotros, por lo que terminamos echando una cabezada, ya que nos queda todo el día por delante y todavía un par de horas de viaje en autobús.
Despierto justo en el momento en que nos adentramos por las primeras calles de Ica, una ciudad de apenas 250.000 habitantes pero bastante extensa al estar formada en su mayoría por casas bajas, aunque lo más curioso de todo es que está salpicada por gigantescas dunas que se erigen imponentemente entre sus viviendas.
En la misma terminal de autobuses y antes de coger un taxi hasta el Oasis de la Huacachina, canjeamos los justificantes de compra con los billetes de autobús de la compañía Cruz del Sur que habíamos reservado desde España por los billetes definitivos que nos permitirían viajar desde Ica hasta Arequipa y de Arequipa a Puno en los próximos días.
Para desplazarnos hasta el Oasis no nos quedó más remedio que coger dos ticos, unos taxis típicos de Perú cuya característica principal es que son muy muy chiqui-ticos, vamos, que dos personas entran un poco justas en los asientos de atrás.
Había un enorme atasco en la única carretera que une Ica con el oasis de la Huacachina, y la razón no era otra que la celebración de las Fiestas Patrias. Era 28 de Julio, el día en que los peruanos conmemoran que se independizaron de los españoles allá por 1821.
Lo bueno de los ticos es que al ser tan pequeños se pueden meter por cualquier lado, así que si unimos un coche minúsculo y un taxista chiflado tenemos como resultado unos pasajeros que, tras casi 24 horas de viaje, pudieron llegar a su destino mucho antes que los que intentaban acceder al oasis en vehículos de tamaño normal o autobuses.
El taxi en el que íbamos Chema y yo y el de nuestros compañeros de viaje llegaron casi a la vez, así que les pagamos los 7 soles (2€) acordados a cada uno y nos fuimos caminando en busca de nuestro alojamiento, el Hostel del Barco.
Cuando entramos en la recepción del hostel nos encontramos con un mostrador vacío custodiado por unas paredes desconchadas y un aspecto muy descuidado en general que daba a entender que hacía muchos años que no había tenido el más mínimo mantenimiento.
Tras unos minutos esperando a que nos atendiesen, aparece una chica joven a la que no le consta ninguna reserva a nuestro nombre. Ya empezamos con problemas.
Cuando avisa al dueño, aparece un argentino que soluciona el problema en un instante. Nos acomoda en dos habitaciones separadas en vez de la habitación cuádruple que teníamos reservada.
Pensamos que habíamos salido ganando, pero cuando vimos la habitación pensamos: "menos mal que solo es una noche".
El lugar más cutre y sucio en el que me he alojado. La puerta no cerraba bien, una iluminación lúgubre y casi inexistente, el armario parecía la entrada al infierno, humedades por las paredes, olores varios y una cama que parecía que había sido preparada por un niño de 3 meses eran todo el mobiliario de nuestro alojamiento para esta primera noche en Perú.
Y del baño compartido mejor no hablar. A cualquier persona le habría gustado darse una ducha relajante tras un largo viaje como el nuestro, pero preferimos aguantar un día más sin ducharnos antes que coger hongos o cualquier enfermedad infecciosa. Con esto os lo digo todo.
Tras asearnos un poco con toallitas húmedas y cambiarnos de ropa, nos fuimos en busca de una agencia en la que contratar la actividad que nos mantendría ocupados el resto de la tarde: un trepidante paseo en buggies sobre las inmensas dunas de arena del desierto que rodea el oasis.
Entramos en tres o cuatro agencias, y como los precios eran bastante similares, acabamos reservando en una de ellas para los cuatro en un buggie que salía a las 17:00, con lo que podríamos aprovechar y ver el atardecer en mitad del desierto. ¿No era mala idea no?
El precio por persona fue de 35 soles (10€), a lo que hay que sumar otros 3,5 soles (1€) por persona que se cobran en concepto de acceso a las dunas, aunque a mí me suena más a timo para turistas o a impuesto sacado de la chistera.
A la vez que buscábamos en distintas agencias dónde contratar la actividad de los buggies, preguntábamos por la excursión a islas ballestas y la reserva de paracas para el día siguiente.
Al final nos hicieron precio en el mismo sitio donde reservamos los buggies, así que dejamos comprada la excursión a estos dos lugares para el día siguiente por 75 soles cada uno (22€ aprox.)
Con los deberes hechos para los próximos dos días, nos dimos un pequeño homenaje gastronómico mientras esperábamos que llegase la hora de comenzar la aventura de los buggies.
Entramos en el restaurante del Hotel el Huacachinero, uno de los más famosos y conocidos del oasis. ¡Menuda diferencia con el agujero en el que estábamos alojados nosotros al otro lado de la calle!
Por 110 soles (32€), los cuatro pudimos comer un menú cuyo plato estrella era la famosa patata a la huacachina, muy rica aunque tampoco es una gran delicatesen.
Nos vino genial este descanso después del ajetreo de día que llevábamos, pero este momento de relajación no duró mucho, porque pronto llegó el momento de salir con nuestro arenero (la palabra con la que denominan a los buggies los locales) a devorar las dunas del desierto.
Junto a nosotros cuatro iban tres peruanos y otros 3 españoles más, y como no, el conductor del buggie.
El inicio del trayecto ya dejaba intuir que nuestro conductor no se iba a andar con miramientos, así que desde el minuto uno pisó a fondo el acelerador exprimiendo al máximo el motor de nuestro vehículo.
Sabíamos que el oasis de la Huacachina estaba en mitad de un desierto, pero la idea que teníamos todos era la de una pequeña zona con algunas dunas salpicada por carreteras o pequeñas poblaciones y un tipo de desierto más rocoso, pero nada más trepar la primera duna la visión que se desplegó ante nosotros nos dejó boquiabiertos y con el vello de punta.
Un inmenso mar de dunas de fina arena blanca se extendía ante nosotros, pero a medida que nos alejábamos más del oasis y de Ica parecía aumentar en tamaño y espectacularidad mientras recorríamos kilómetros a toda velocidad subiendo y bajando dunas, derrapando por sus laderas e incluso saltando sobre algunas de ellas.
Este desierto se convierte en una improvisada montaña rusa en la que disfrutamos como enanos levantando las manos con cada brinco, y en mi caso, intentando mantenerme dentro del coche en las ocasiones que casi salía volando por culpa de algún derrape mientras grababa un vídeo con medio cuerpo fuera del buggie.
En este vídeo podéis encontrar un resumen con los mejores momentos del recorrido de aproximadamente una hora por las dunas de este inmenso desierto que rodea el oasis de la Huacachina:
Además de correr a toda velocidad por el desierto liberando adrenalina, hicimos varias paradas para contemplar con calma las impresionantes vistas panorámicas que nos rodeaban.
Y a pesar de haber elegido adrede la última hora de la tarde para realizar esta actividad y contemplar la puesta de sol en mitad del desierto, el atardecer superó con creces nuestras expectativas.
Los tonos anaranjados de las últimas luces del día, la temperatura bajando y la sensación de libertad, soledad y vulnerabilidad que se siente en mitad de un entorno tan vasto en extensión como en belleza, hizo que este momento se convirtiese en una de las mejores experiencias del viaje.
Dos de estas paradas coincidieron con el momento en que los que quisieron, o más bien se atrevieron, se subieron a una tabla de surf para practicar sandboarding.
Este deporte consiste en tirarse sobre una tabla similar a las de surf por empinadas dunas en las que se alcanza una buena velocidad.
Las dos dunas en las que se paró nuestro arenero me parecieron demasiado empinadas como para tirarme a lo loco, pero si volviese por aquí, no dejaría escapar la oportunidad de probar esta modalidad de surf o snow sobre dunas.
Mientras sólo 2 o 3 valientes de los 10 que íbamos en nuestro buggie se atrevieron a deslizarse con su tabla duna abajo, el resto aprovechamos para seguir maravillándonos con el atardecer en el desierto.
La última parada antes de terminar se hace en una pequeña duna a la entrada del oasis desde la que se puede contemplar este pequeño vergel en toda su extensión.
Al terminar la actividad estuvimos varios minutos sacándonos arena de todas partes y comentando con los otros españoles que esta actividad había sido mucho más divertida e interesante de lo que parecía antes de empezarla.
Ellos estaban ya terminando un viaje muy parecido al que nosotros teníamos pensado, así que estuvimos un rato charlando con ellos y tomando nota de algunos consejos sobre alojamientos, excursiones, comidas típicas...
Todavía no lo sabíamos, pero al día siguiente volveríamos a coincidir en la excursión a las islas ballestas y la reserva de Paracas.
Tras despedirnos de ellos, dimos una vuelta por el oasis echando un vistazo a su laguna y curioseando por los puestos de souvenirs y artesanías repartidos por las 3 o 4 calles con que cuenta la Huacachina.
Para terminar el día y antes de meternos en la cama a disfrutar de un merecido descanso, trepamos una decena de metros por la ladera de una de las dos gigantescas dunas que rodean el oasis para sentarnos a contemplar durante un rato la iluminación nocturna de este peculiar lugar y las lejanas luces de los últimos buggies que seguían surcando las dunas en la inmensidad del desierto. Esta fue la primera vez que pudimos contemplar un cielo estrellado completamente nuevo para nosotros en el que no fuimos capaces de reconocer ninguna estrella o constelación.
Huacachina supuso el inicio del viaje, pero nos sirvió para poner los pies en el suelo y darnos cuenta de que Perú nos iba a fascinar mucho más de lo que pensábamos, así que imaginando todo lo que nos quedaba por ver, vivir y disfrutar en tierras peruanas, me quedé dormido placenteramente en una habitación que más bien invitaba a pasar la noche en vela y atemorizado cual película de terror ochentera...
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