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Perú: rumbo a la selva Amazónica

Después de haber visitado buena parte del sur de Perú y tan solo un día después de haber concluido el Camino Inca, emprendimos una nueva aventura que nos llevaría desde la capital del antiguo imperio incaico hasta otra zona mucho más salvaje y totalmente diferente de la geografía peruana: la selva amazónica.

Tambopata

A continuación encontrarás el relato completo de este decimoséptimo día de viaje por el sur de Perú...


Presupuesto del día (precios verano de 2013):

  • Taxi hotel - Aeropuerto de Cuzco: 8 soles (total 4 personas)
  • Cerveza Cuzqueña en Yakari Eco Lodge: 10 soles

Total presupuesto para 1 persona: 12 soles (3,30€ aproximadamente)
Tasa de cambio utilizada: 1€=3,6 soles

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El vuelo que nos llevaría de Cuzco a Puerto Maldonado salía a las 10:45 de la mañana, así que pudimos alargar la hora de levantarnos un poco más y tomar nuestro último desayuno en el hostel Llipimpac de una manera más tranquila y relajada.

Tras hacer el check-out en el hotel y despedirnos de sus empleados, cogimos un taxi en la puerta con el que en menos de 15 minutos y por tan solo 8 soles nos plantamos en el pequeño aeropuerto de Alejandro Velasco Astete.

No tuvimos que esperar mucho para facturar y subir al avión de Star Perú que habíamos sacado desde España por unos 80€.

El vuelo fue muy corto y apenas llegó a la hora, pero desde la ventanilla el paisaje que se puede contemplar es todo un deleite para los sentidos.
Desde las nevadas cumbres andinas el avión comienza a perder altura para adentrarse en el bosque nublado que se sitúa entre la selva y la falda de las inmensa cordillera de los andes. A los pocos minutos este mar de nubes se rompe en miles de pequeñas nubes de algodón que permiten contemplar una interminable llanura verde que se extiende hacia el infinito en todas direcciones, y que tan sólo muestra otra tonalidad de colores en los lugares por los que discurren las serpenteantes aguas de decenas de riachuelos y otros ríos mucho más caudalosos. ¡Espectacular!

Nada más abrirse las puertas del avión, el calor y la humedad propios de un clima tropical nos dieron la bienvenida a Puerto Maldonado, la capital del Departamento de Madre de Dios y punto de salida de la mayoría de excursiones a la Reserva Nacional de Tambopata.

A la salida de la terminal había una representante de la agencia con la que habíamos contratado nuestra visita a esta zona de la selva peruana. Después de las pertinentes presentaciones, subimos las maletas al techo de un taxi (sin atarlas ni nada) y nos dijo que nos esperaría en la sede que la agencia tenía en Puerto Maldonado.

A los dos o tres minutos de arrancar, el taxista nos preguntó que a dónde nos tenía que llevar. Nosotros alucinados le dijimos que no teníamos ni idea, que pensábamos que la chica de la agencia le había dado la dirección.
Si no encontrábamos una forma de solucionar este imprevisto nos tocaría buscarnos la vida y tratar de buscar una alternativa en alguna agencia de viajes online para poder seguir adelante con nuestro viaje.

El taxista se reía y nosotros nos reíamos (de nerviosismo y por lo estrambótico de la situación), pero como había que encontrar una solución, empezamos a buscar el recibo que nos dieron en la agencia de Cuzco a ver si allí aparecía algún teléfono al que llamar.
Mientras tanto, con cada badén, con cada bache y en cada curva, mirábamos por la luna trasera del taxi a ver si alguna de nuestras maletas había saltado por los aires y estaba espachurrada en medio de la carretera.

Tras varias llamadas a la agencia de Cuzco y a la sede de esta misma agencia en Puerto Maldonado el taxista parecía tener claro el destino...aunque no era del todo cierto.
Superado este pequeño incidente comenzamos a charlar animadamente con el taxista, que bromeaba diciéndonos que si no encontrábamos la agencia, nos invitaba a comer a su casa. El tío era un cachondo y parecía muy buena persona, así que lo que podría haber sido un mal rato se convirtió en una simpática experiencia por las calles de Puerto Maldonado.

Al llegar a la Plaza de Armas no encontramos la agencia, así que tuvo que hacer otras dos llamadas más hasta que por fin le dieron las indicaciones correctas y pudimos llegar a nuestro destino tras una "excursión" en la que recorrimos medio Puerto Maldonado.

Cuando bajamos del coche nos llevamos una alegría, porque sobre el techo, seguían todas las maletas y mochilas, algo realmente increíble teniendo en cuenta el mal estado de muchas de las calles por las que pasamos.

Después de charlar con la gente de la agencia, rellenar una ficha con nuestros datos y dejar preparadas las mochilas pequeñas que llevaríamos con nosotros a la selva, guardamos las maletas y mochilas grandes... ¡detrás de la puerta! Allí pasarían buena parte de nuestras pertenencias los tres días siguientes.

Antes de bajar al muelle para salir rumbo a nuestro lodge dimos un paseo por la Plaza de Armas, dónde nuestra guía nos contó algunos datos interesantes acerca de la ciudad, su industria, el puente colgante que cruza sobre el río Madre de Dios y algunos aspectos acerca de la zona de selva en la que nos íbamos a alojar.

Una hora más tarde estábamos subiendo a una canoa motorizada con la que comenzamos a navegar sobre las aguas del río Madre de Dios en dirección al Yakari Ecolodge, el lugar dónde nos alojaríamos durante los días que durase nuestra estancia en la selva.

Tambopata

En el siguiente vídeo podéis ver un resumen de la primera parte de este día con el vuelo sobre los andes y la selva, la navegación por el río Madre de Dios y la llegada al Lodge:


La primera impresión del Lodge fue muy buena. Situado junto al río, con cabañas de madera y rodeados por la espesa selva amazónica parecía un lugar paradisíaco en dónde el canto de decenas de pájaros se entremezclaban con los sonidos de otros animales que no éramos capaces de distinguir. ¡Menudo recibimiento!

Tambopata

Como era tarde, antes de asignarnos las cabañas nos fuimos directamente al comedor, dónde pudimos saciar el hambre con un exquisito menú de tres platos. Esta es otra de las cosas que nos gustó del Yakari Ecolodge, y es que todas las comidas que hicimos allí fueron muy buenas.

Tras una breve reunión en la que nos contaron cuál iba a ser el planning para el resto del día nos dieron las llaves de nuestros bungalows, que contaban con una habitación muy espaciosa en la que todo su mobiliario consistía en una cama con mosquitera y una pequeña mesilla de noche.
En uno de los extremos de la habitación se encontraba un baño completo y con agua corriente.
Desde lo más alto del techo colgaba una solitaria bombilla que nos proporcionaría luz hasta las 21:00. A partir de esa hora el generador dejaría de funcionar y nos tendríamos que apañar con nuestros frontales y linternas.

La cabaña se elevaba un metro sobre el suelo, y un panel de madera de aproximadamente metro y medio era la única pared de la cabaña. El resto del espacio hasta el tejado lo ocupaba una mosquitera por la que entraba mucha luz y todos los sonidos de la selva, así que la sensación era la de estar durmiendo en mitad de la selva. Todo un lujo que nos permitió disfrutar de esta experiencia alejados de los cientos, miles o millones de mosquitos que revoloteaban sin cesar por todas partes.

Una hora más tarde subimos de nuevo al bote en el que habíamos venido desde Puerto Maldonado, pero en esta ocasión nos íbamos a adentrar un poco más en la selva para visitar la Isla de los Monos, en la que viven varias especies de estos primates como el mono araña, el mono martín o el mono ardilla.

Esta isla está totalmente preparada para los turistas y estoy prácticamente convencido de que han introducido a los monos para tener un lugar en el que sea fácil avistarlos.
No obstante, prefiero ver a estos animales en este estado de semilibertad a verlos en un zoológico.

Después de una caminata de 10 minutos a través de la isla llegamos a un claro en el bosque con un atril de madera. Acto seguido nuestra guía comenzó a llamar mediante silbidos a los monos y concretamente a su líder, al que habían bautizado con el nombre de "Chico".

Se nota que estaban muy acostumbrados al trato humano, porque no tardaron más de 5 minutos en aparecer hasta 7 primates a los que estuvimos observando durante algo más de 30 minutos mientras les ofrecíamos algunas frutas que incluso llegaron a coger de nuestras manos.

Tambopata

Fue una experiencia muy chula sobre todo por el lugar en el que estábamos, así que os invito a revivirla en parte viendo el siguiente vídeo resumen de nuestro paso por la isla de los monos:


Después de la visita a la isla volvimos a los botes pero todavía no abandonaríamos este lugar.
Mientras alimentábamos a los monos la persona que manejaba los botes había estado preparando varias canoas con las que podríamos hacer un poco de kayaking en el caudaloso río Madre de Dios.

Tambopata

Bea y Jesús montaron en una, mientras que Chema y yo subimos a otra. Dos chavales españoles que se alojaban en nuestro lodge y que estaban haciendo la excursión junto a nosotros subieron a la tercera de las canoas.
A partir de ese momento teníamos media hora para navegar por el río con la única fuerza de nuestros brazos. Al principio la cosa no fue mal, porque como íbamos remando a favor de la corriente más o menos lográbamos mantenernos en línea recta, pero el problema vino cuándo tuvimos que comenzar a remar contracorriente.

Ni Chema ni yo teníamos ni idea de manejar la canoa, así que totalmente desincronizados y sin saber remar correctamente acabamos reventados y optamos por hacer parte del recorrido de vuelta caminando por la orilla tirando de la canoa.

Bea y Jesús se descojonaban al vernos dar vueltas y no avanzar ni un metro a pesar de remar con todas nuestras ganas mientras que ellos parecían estar remando en el estanque del retiro, pero los más listos fueron los otros dos españoles, que se dejaron llevar por la corriente casi 2 kilómetros río abajo.

Cansados de esperar, fuimos a buscarlos con el bote motorizado, y después de "rescatarlos" y atar sus canoas, comenzamos el camino de vuelta al lodge viendo el atardecer sobre la orilla del río y las copas de los árboles que poblaban la selva.

Tambopata

En el extremo sur de la isla de los monos vimos unas barcazas de madera muy extrañas y preguntamos a nuestra guía si eran pescadores.

"No, son buscadores ilegales de oro" nos contó. Hay una fiebre del oro en gran parte de la Amazonía peruana que está provocando graves daños a los ecosistemas de los ríos, desplazando comunidades indígenas y deforestando amplias zonas de bosque para construir inmensas minas en las que se trabaja en unas condiciones cercanas a la esclavitud y en ocasiones sin agua potable ni unas mínimas condiciones higiénicas ni de seguridad.

Tambopata

Pensando y reflexionando en la parte menos amable de esta región selvática continuamos navegando durante media hora más hasta nuestro lodge, dónde tan sólo media hora más tarde ya teníamos preparada otra riquísima cena a base de platos tradicionales de la gastronomía de la zona.

Nada más terminar y en plena noche volvimos al bote para ir en busca de caimanes.
Estos reptiles que pueden llegar a los 2,5 metros de largo y pesar casi 100 kilos viven en las orillas de los ríos, y la forma de encontrarlos es mediante un potente foco situado en la parte delantera de la embarcación con la que se van haciendo barridos de luz hasta que se ésta se refleja en sus ojos.

Una vez localizados, el guía pidió máximo silencio y la embarcación comenzó a acercarse sigilosamente para no espantar al caimán.
Durante un par de minutos pudimos observarlo a una distancia de entre 4 y 5 metros, hasta que el animal se daba cuenta de nuestra presencia y se metía en el agua.
Nosotros localizamos unos 5 caimanes, aunque la mayoría de ellos eran crías de apenas 30 o 40 centímetros, pero uno de ellos debía medir al menos metro y medio según los cálculos de la guía.

Una hora y media más tarde de haber empezado nuestra ruta de caimaneo volvimos al lodge, dónde aprovechamos para tomarnos unas cervezas mientras charlábamos con los otros huéspedes del lodge.

A las 20:45 nos fuimos a nuestros respectivos bungalows para preparar las camas, bajar las mosquiteras y pasar al baño antes de que cortasen la luz, que a las 21:00 en punto de la noche se apagó dejándonos a oscuras pero con una ensordecedora sinfonía en la que cientos de animales de todos los tamaños y colores hacían miles de sonidos diferentes al pasar volando junto a la cabaña, caminando bajo ella o mientras saltaban de rama en rama por los árboles cercanos. La selva nocturna es mucho más animada que la diurna, pero allí, en aquel entorno tan nuevo y desconocido para nosotros tendríamos que dormir a pesar de ser conscientes de que estábamos siendo vigilados por cientos de miradas indiscretas procedentes de especies animales que ni siquiera sabíamos de su existencia.


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