Esta espectacular formación recibe el nombre de Pamukkale ("castillo de algodón" en turco), y se ha convertido junto con las ruinas de la ciudad greco-romana de Hierápolis, situada en la parte alta de Pamukkale, en uno de los principales atractivos turísticos del país.
Pamukkale es hoy por hoy una de las paradas imprescindibles en cualquier circuito turístico por Turquía. Por este motivo, la mayoría de excursiones trasladan a los turistas en autobús desde Izmir o Kusadasi en un agotador viaje de ida y vuelta en el mismo día. En total recorren 500 km en dos trayectos de unas 4 horas cada uno.
Teniendo en cuenta esto y que la visita se realiza por la mañana y al mediodía (cuando el sol pega con más fuerza), creo que la mejor opción es que hagáis como nosotros y durmáis en alguno de los hoteles de Pamukkale.
Cuando llegamos a la calle que bordea la entrada a la zona de terrazas calcáreas, decenas de grupos de turistas abarrotaban las piscinas de travertino y la rampa por la que se sube hasta las ruinas de Hierápolis, una interminable fila de coches, autobuses y taxis permanecían atascados mientras hacían sonar el claxon en las inmediaciones, y a pocos metros de ellos, los vendedores de las tiendas de recuerdos nos gritaban para que entrásemos a sus comercios.
En un pseudo parque acuático cercano y lleno hasta la bandera, los altavoces tronaban con los últimos éxitos del verano de 2014.
Todo esto provocó en nosotros la sensación de estar en una especie de parque temático cutre, abarrotado y muy alejado de las idílicas fotografías que habíamos visto de este lugar.
Abrumados por lo que habíamos presenciado, decidimos aprovechar las horas de máximo calor para huir de la masificación, comer y darnos un refrescante baño en la piscina del hotel mientras esperábamos a que las excursiones de turistas fuesen marchándose, y es que según habíamos leído, a eso de las 17:00 la mayoría de grupos abandonan Pamukkale para volver hasta las turísticas ciudades de la costa turca.
A las 17:00 en punto estábamos sacando la entrada en las taquillas situadas junto al pueblo de Pamukkale. Existen otras dos entradas situadas en cada uno de los extremos de Hierápolis, pero si queréis ir andando, esta es la más adecuada.
El precio por persona para entrar a las terrazas de Pamukkale y las ruinas de Hierápolis es de 25 liras turcas (9€ aprox.)
Si vais con tiempo y queréis daros un baño entre columnas y otras ruinas sumergidas en unas piscinas termales que según dicen utilizó la mismísima Cleopatra, tendréis que pagar otras 30 TRY (liras turcas).
Importante: hay que tener en cuenta que para caminar por los travertinos hay que ir descalzo. También es conveniente llevar bañador y alguna toalla si tenéis pensado bañaros en alguna de las piscinas que encontraremos a lo largo del recorrido.
Nada más pasar los tornos de las taquillas ya podemos hacernos una idea de las dimensiones que tiene la zona de terrazas y piscinas termales de Pamukkale.
A nuestra izquierda y según vamos ganando altura, se divisa un complejo de piscinas artificiales rellenas con el agua que brota de los manantiales y que durante miles de años ha dado forma al "Castillo de algodón" hacia el que nos dirigimos.
Pocos metros después, un cartel nos indica que debemos descalzarnos justo en el punto donde el camino de tierra da paso a un suelo tapizado por una capa de cal blanca sobre la que discurre una fina película de agua procedente de los manantiales situados en lo más alto de la colina.
Aunque a primera vista pudiera parecer que vamos a resbalarnos, en el mismo instante en el que pisamos sobre la cal vemos que no hay ningún peligro. El tacto es rugoso y la sensación de caminar sobre esa superficie mientras el agua templada se escurre entre los dedos de los pies es de lo más placentero.
Pronto comenzamos a tocar con las manos tan extraña superficie y a fotografiarnos en lo que a primera vista pudiese parecer una pared helada o incluso una nube de un deslumbrante y brillante color blanco. ¡Qué extraña sensación!
Hasta que en el año 1988 Pamukkale y Hierápolis fueron declarados Patrimonio de la Humanidad, el turismo de masas y la poca conciencia de los propios habitantes de esta zona estuvieron a punto de hacer desaparecer esta maravilla natural.
Durante décadas, los hoteles situados a los pies de Pamukkale utilizaron las aguas termales de los travertinos para llenar sus propias piscinas, provocando que las piscinas naturales quedasen vacías y expuestas a la erosión. También se construyeron hoteles entre las ruinas de Hierápolis, por lo que muchas de ellas sufrieron daños irreparables o directamente desaparecieron para siempre.
Si a esto le sumamos que los turistas podían caminar libremente con cualquier tipo de calzado y por cualquier parte, que muchos incluso se bañaban con jabón y champú, que se podía subir con motocicletas y otros vehículos a través de la zona de piscinas, o que se realizaron vertidos de aguas residuales, el nivel de deterioro llegó a ser realmente importante y casi irreversible.
Con el paso de los años esta situación se ha ido revirtiendo, aunque todavía quedan algunos restos de suciedad en varias piscinas y en las paredes de la ladera de la colina.
Las vistas del pueblo turístico de Pamukkale y el valle del río Menderes son idílicas...
...aunque la verdadera belleza de este lugar se encuentra a nuestras espaldas en cada una de las caprichosas formas que el agua ha ido moldeando a lo largo de los siglos: cascadas congeladas, estalactitas, estalagmitas, canales, paredes que parecen nubes...
De todas estas formaciones, las mayores son las terrazas de travertino en forma de medialuna.
Algunas de ellas están abiertas al público para que podamos sentirnos como los antiguos emperadores romanos y bañarnos en sus aguas, así que nos metimos en varias de ellas para sentir el agua templada en nuestra piel y hundir los pies en una capa blanca de textura arcillosa que algunos hasta se extendían por la cara y el resto del cuerpo.
Cuando llegamos a lo más alto nos pusimos de nuevo las chanclas y caminamos por el borde de la montaña contemplando otras zonas de los travertinos que permanecían sin agua para permitir que se regenerasen otras piscinas cercanas.
Mediante un sistema de canales y compuertas, el personal de mantenimiento "inunda" diversas áreas de terrazas permitiendo de esta manera que las aguas ricas en caliza y otros minerales vayan bañando todas ellas y consiguiendo que los travertinos mantengan su impecable y mágico aspecto a costa de "secar" temporalmente otras áreas de Pamukkale.
Tras visitar la zona de terrazas, nos dirigimos hacia el sur para comenzar la visita a las ruinas de Hierápolis, una gran urbe nacida al calor de las fuentes termales que surgen de la falla del río Menderes.
En el siguiente plano podéis ver una reconstrucción de la antigua ciudad en su época dorada. Si pulsáis sobre la fotografía podréis verla a tamaño completo y descargarla si queréis llevar el plano con vosotros mientras realizáis la visita.
Fuente: http://commons.wikimedia.org
La falla sobre la que se encuentran tanto Pamukkale como Hierápolis es el origen de sus fuentes termales, pero a lo largo de los siglos, también ha sido la culpable de numerosos terremotos que han destruido la ciudad total o parcialmente en varias ocasiones.
Aunque fue fundada en el 180 a.C., no fue hasta el siglo II o III d.C. cuando esta ciudad se hizo famosa al convertirse en un importante lugar de descanso para la nobleza de todo el Imperio Romano, que acudía hasta aquí atraída por sus aguas termales y sus supuestos efectos curativos.
A medida que la ciudad iba ganando en importancia, se construyeron nuevos edificios públicos, más templos, baños y villas que permitiesen acoger a los miles de personas que venían hasta aquí para tratarse de sus dolencias en los manantiales de agua caliente.
En su época de máximo desarrollo, Hierápolis llegó a tener 100.000 habitantes, convirtiéndola en una de las urbes más importantes y prósperas del Imperio Romano.
A pesar de su importancia y su extensión, hoy en día los numerosos movimientos sísmicos que os comentaba y las cruentas batallas vividas a lo largo de los siglos han reducido la majestuosa Hierápolis a un puñado de restos diseminados en un área de un kilómetro y medio de largo por 1 km. de ancho.
En el centro de la ciudad se encuentran los restos del que antaño fue un imponente teatro con capacidad para más de 15.000 espectadores.
Se construyó en el siglo II d.C. durante el reinado del emperador Adriano, y aunque desde fuera no parezca que merece la pena rodearlo para acceder a su interior...
...cuando se traspasa la puerta y salimos a la zona más alta del graderío (la cávea) la cosa cambia.
Ante nosotros aparece un teatro muy bien conservado dónde podemos observar perfectamente los restos de la scena (el escenario) con sus grandes puertas flanqueadas por columnas esculpidas en mármol. Las gradas y la zona de la orquesta también presentan un excelente estado de conservación.
Tras el teatro, se pueden ver los restos de la gran fuente ornamental conocida como Nympheum y las ruinas del Templo de Apolo, el dios principal de Hierápolis durante el período helenístico. En esa misma zona se encuentra la Piscina de Cleopatra y un pequeño Museo arqueológico ubicado en el edificio que antiguamente ocupaban los principales baños de la ciudad.
Desde lo alto del teatro podremos contemplar toda la extensión de la ciudad, pero si miramos hacia el Noroeste, un grupo de árboles nos indica la situación del Ágora y la zona donde se concentra el mayor número de edificios y construcciones en mejor estado de conservación. Entre nosotros y ese lugar cuesta seguir el trazado urbano de la ciudad a través de los restos de algunas calles y los cimientos de los numerosos templos y viviendas que el tiempo se ha encargado de borrar casi por completo.
Viendo la enorme cantidad de restos esparcidos por el suelo y el tamaño de las pocas columnas que todavía se mantienen en pie, nos podemos hacer una idea de las gigantescas dimensiones que deberían tener algunas construcciones de la antigua Hierápolis.
En las inmediaciones del Ágora se pueden ver los restos de la Puerta de Domiciano, fácilmente reconocible por sus tres arcos y las dos torres circulares situadas a cada lado. Desde aquí arrancaba la avenida principal de la ciudad, que la atravesaba de norte a sur y que estaba rematada con una columnata a ambos lados.
Al ser el eje central que articulaba toda la ciudad, en sus márgenes florecieron todo tipo de mercados y negocios, y de la misma manera, la mayoría de edificios públicos acabaron situándose en algún tramo de esta importante avenida pavimentada que además estaba profusamente ornamentada con todo tipo de fuentes, santuarios y estatuas de ciudadanos ilustres.
Muy cerca de la Puerta de Domiciano se encuentran los restos de unos antiguos baños romanos que acabaron transformándose en basílica durante su época bizantina.
Aunque la ciudad cuenta con tres necrópolis, la situada al norte es la más importante y extensa de todas. Allí podemos encontrar cientos de tumbas que datan principalmente del período helenístico, aunque también hay muchas que abarcan desde la época romana a la bizantina.
Además de los habitantes de la ciudad, muchas de las personas que acudían a los manantiales de Hierápolis para tratarse acababan muriendo, así que eran enterrados en alguna de estas necrópolis.
En una corta caminata de apenas 10 minutos podremos encontrar tumbas que van desde los más sencillos enterramientos hasta grandes panteones familiares construidos en mármol y decorados con relieves e inscripciones.
Otros puntos de interés que no os podéis perder son:
- Las Letrinas, en las que se pueden ver todavía su doble canalización para separar las aguas limpias de las residuales.
- Plutonium, un santuario dedicado a Plutón, el dios del inframundo. Se trata de una estrecha cueva de la que emanan gases volcánicos venenosos y que antiguamente se pensaba que conducía directamente al inframundo.
Esta creencia se vio reforzada gracias a la astucia de los sacerdotes, ya que estos se introducían en la cueva y aguantaban la respiración o aprovechaban que el dióxido de carbono pesa más que el aire para respirar en las bolsas de oxígeno que quedaban dentro de la cueva.
El resto de personas que entraban en la cavidad morían, por lo que los sacerdotes hacían creer a sus fieles que eran capaces de burlar a la muerte porque tenían poderes divinos, y de esta manera, se aseguraban el respeto y una posición privilegiada dentro de la sociedad. - Martirio de San Felipe, es un monumento de forma octogonal construido en homenaje a San Felipe, uno de los doce apóstoles.
Tras la visita a la necrópolis pusimos punto y final al recorrido entre los restos de Hierápolis y comenzamos el camino de vuelta hacia los travertinos y la salida siguiendo un paseo que discurre paralelo a las ruinas y a la ladera del monte en la que se encuentran las espectaculares terrazas de caliza.
Con las últimas luces del día, las aguas contenidas en las piscinas naturales de Pamukkale reflejaban de una manera magnética los últimos rayos del sol. No me cansaré de decirlo, pero creo que el atardecer es sin lugar a dudas la mejor hora para realizar esta visita.
Cuando volvimos de nuestro recorrido por las ruinas de Hierápolis eran ya las 21:00 de la noche y el nivel de visitantes se había reducido considerablemente hasta el punto de que tan sólo quedábamos unas 20 o 30 personas.
El silencio, la tranquilidad y la relajación se apoderaron de nosotros mientras contemplamos durante varios minutos la iluminación nocturna de los travertinos. Si de día ya nos parecía un paisaje surrealista, de noche el juego de luces y sombras que se proyectaba sobre las terrazas nos trasladó a un mundo irreal propio de cualquier película de ciencia ficción.
A pesar de ser de noche la temperatura era muy agradable, y ya que tanto griegos como romanos estaban seguros de que sus aguas tenían propiedades curativas, no pudimos resistirnos y terminamos sumergiéndonos completamente en una de las piscinas mientras contemplábamos la iluminación nocturna del valle que se extendía a nuestros pies.
Justo al lado de donde termina el suelo de caliza y del lugar en el que nos teníamos que volver a calzar antes de dirigirnos a la salida, nos detuvimos para bañarnos en una zona de cascadas en la que terminamos esta particular sesión de "spa" dejando caer sobre nuestras cabezas litros y litros de agua templada procedente de los manantiales de Pamukkale. Un auténtico broche de oro para la visita a uno de esos lugares que hay que contemplar con nuestros propios ojos al menos una vez en la vida.
Organiza tu visita:
- Horario: abre todos los días de 8:00 a 0:00 (la taquilla cierra a las 20:00)
- El museo y la Piscina de Cleopatra cierran a las 19:00
- Duración del recorrido: 5 horas (incluyendo el baño en los travertinos y la sesión de "spa" nocturno tanto en las piscinas como en la zona de cascadas)
- Entrada a las terrazas de Pamukkale y las ruinas de Hierápolis: 25 liras turcas (9€ aprox.)
- Entrada a la Piscina de Cleopatra: 30 liras turcas (10€ aprox.)
- Entrada al Museo Arqueológico: 3 liras turcas (1€ aprox.)
- Comida en Pamukkale: 7€/persona
- Alojamiento en Pamukkale (Hotel Sunrise Aya): 50€/noche en habitación triple con baño privado y desayuno incluido
2 comentarios:
Hola esta muy interesante el articulo. Saber que el imperio romano disfruto de este lugar hasta nos pone la piel de gallina a los fanáticos de la historia romana. Esperaremos mas aventuras en Turquía. Muchas gracias!
Gracias a ti por tu comentario. La verdad es que caminando entre ruinas en lugares como este e imaginándote como debía ser esta ciudad en su época de máximo esplendor acabas con la boca abierta pensando lo que esa civilización podría haber sido capaz de construir con las técnicas y materiales actuales.
Un saludo!
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